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La guerra de aranceles no se entiende bajo la lógica comercial, sino que se enmarca en un nuevo paradigma militar

Los aranceles son solo la superficie visible de una guerra que se libra por el control del poder global. La guerra de aranceles de Trump no se explica sólo por razones comerciales sino por un nuevo paradigma militar. El comercio casi nunca fue un terreno neutral, pero hoy se parece cada vez más a un campo de batalla. Trump lo entiende y lo usa como tal. En este nuevo tablero, América Latina tiene la oportunidad de pasar de ser espectadora a jugar como aliada estratégica.

Las guerras del siglo XXI no se libran solamente con armas. En esta nueva era, el comercio, la infraestructura, la tecnología y hasta los alimentos forman parte de un sistema de defensa. Desde su gobierno, Donald Trump impulsa una política arancelaria para proteger la industria estadounidense. Pero detrás de esas medidas no hay una lógica meramente comercial: hay una transformación más profunda, donde la economía se prioriza como una herramienta de poder militar.

Bajo este paradigma, el control de las cadenas de suministro, la producción local de insumos estratégicos, la soberanía energética o el acceso exclusivo a minerales críticos no son decisiones de política económica, sino actos de defensa nacional. La autosuficiencia —o la dependencia— de un país puede determinar su capacidad de resistencia ante un conflicto. Por eso, los aranceles, las restricciones tecnológicas o los subsidios ya no se explican solo por la lógica del mercado, sino por su valor como instrumentos de disuasión o presión geopolítica.

La reciente decisión de Trump de congelar la suba de aranceles a todos los países excepto China no debilita este análisis. Por el contrario, confirma que su política arancelaria no responde a una lógica comercial tradicional, sino a un patrón de contención geopolítica, con foco específico en quien percibe como su principal adversario sistémico.

Trump fue el primero en romper abiertamente con el relato dominante del libre comercio, cuestionando no solo las reglas de la Organización Mundial del Comercio, sino también el doble estándar que permitía a ciertos países imponer aranceles a Estados Unidos mientras se escudaban en ese mismo marco multilateral.

Aunque se presenta como defensor del proteccionismo, Trump en realidad expone las grietas del sistema: bajo el aparente escudo del “libre comercio” promovido por la OMC, existían prácticas proteccionistas que perjudicaban a Estados Unidos. Al imponer tarifas agresivas a China y forzar la renegociación de acuerdos históricos como el NAFTA, no solo responde a una percepción de injusticia en las condiciones comerciales existentes, sino también a la convicción de que toda dependencia comercial respecto de un adversario geopolítico representa una vulnerabilidad estratégica.

La respuesta de Trump no se limita a equiparar condiciones arancelarias recíprocas. Su visión parte de una denuncia más profunda: la existencia de una competencia desleal sistemática. El caso más emblemático sería el de China, cuya balanza comercial con Estados Unidos arroja un déficit acumulado cercano al trillón de dólares a su favor. A eso se suman múltiples prácticas que, desde la mirada estadounidense, violan las reglas de juego: el incumplimiento de normas de propiedad intelectual, los subsidios estatales a industrias estratégicas, la manipulación de la moneda para debilitar al dólar, y el avance de tecnologías consideradas sensibles —como la telefonía 5G o las redes sociales— que se perciben como una amenaza directa a la hegemonía económica, tecnológica e incluso cultural de Estados Unidos.

Pero esta lógica no se limita a China. Todo país que provea insumos estratégicos a Estados Unidos —incluso aliados como Corea del Sur o Taiwán— entra en la mira si el suministro puede verse interrumpido ante un escenario de conflicto. Bajo esta lógica, la prioridad no es solo castigar a los rivales, sino garantizar fuentes de abastecimiento seguras.

Se trata de una lógica que no parece buscar ajustes progresivos al sistema, sino una corrección de rumbo: una ruptura ‘constructiva’ que, bajo la bandera de ‘Make America Great Again’ (Hacer Grande a America nuevamente), busca devolver a Estados Unidos la centralidad, grandeza y el control que siente haber perdido. La imposición de aranceles no jugaría solo una herramienta económica:  Trump los presenta como un acto fundacional, su “Día de la Liberación”. Pero lejos de ser un punto final, ese día opera como un “Día D” comercial: el desembarco que inicia una nueva guerra, no la que la concluye. Una ofensiva directa contra un orden económico global que, en su visión, debilitó a Estados Unidos. La metáfora no es casual: habla de enemigos, de batallas, de resistencia. Y como toda guerra, reclama aliados, zonas de influencia y control del territorio. Como advierte Graham Allison, analista internacional y profesor de Harvard, los conflictos comerciales no son inofensivos: muchas veces, son el primer paso hacia enfrentamientos más profundos y peligrosos.

«Toda dependencia comercial respecto de un adversario geopolítico representa una vulnerabilidad estratégica

Indicadores financieros y proyección de mercados en un contexto de tensiones globales.
En el nuevo paradigma, los datos económicos también forman parte del arsenal estratégico.
📷 Imagen de iStock por Getty Images – Autor: MR.Cole_Photographer

El enemigo es globalista

Al enfoque comercial debe sumarse además la batalla cultural que Trump y une elite intelectual a nivel mundial están llevando a cabo la agenda “anti-woke” contra los grupos globalistas —representados por foros como Davos, organismos como el FMI, la OMC o la ONU, y algunas ONGs— a quienes consideran una gran amenaza al orden mundial establecido en la posguerra. El movimiento globalista, se caracteriza por la absorción de las soberanías de los países por parte de entidades no estatales de naturaleza internacional o global, de la mano de dos corrientes ideológicas: el progresismo y el wokismo. Todo esto, según Trump y sus aliados, debilita al trabajador estadounidense, erosiona la independencia nacional y beneficia a países como China.

Frente a ese esquema, China se convierte en el símbolo perfecto del sistema que fabrica dependencia y captura mercados a través de reglas que no estaría respetando. En términos narrativos, Trump no está librando una guerra contra “los malos”, sino contra el sistema que debilita a América.

En este nuevo paradigma, las cadenas de suministro ya no son sinónimo de eficiencia sino de vulnerabilidad. La producción de chips en Taiwán, el control del litio en América del Sur o el acceso al agua dulce se transforman en asuntos de seguridad nacional. El comercio deja de ser una vía de integración y se convierte en una herramienta de contención, presión y —cuando hace falta— confrontación.

Ejemplos sobran: El Canal de Panamá, históricamente relevante para la logística mundial, vuelve a ser un punto caliente por el interés chino en su entorno portuario y logístico. Groenlandia, con su ubicación geoestratégica en el Atlántico Norte y su riqueza mineral, fue objeto de una propuesta de compra por parte de Trump. Lo que muchos vieron como una excentricidad fue, en realidad, una expresión clara del nuevo enfoque: controlar territorios clave para prevenir el avance de los rivales.

Y en este escenario, América Latina empieza a resignificarse. La vieja idea del “patio trasero” parece estar desvaneciéndose frente a un nuevo horizonte de alianzas protagónicas. Hoy, la región es un espacio de disputa estratégica entre potencias. Países como Argentina y Paraguay emergen como aliados potenciales. Argentina, con su producción agroalimentaria, su litio y sus capacidades energéticas, se vuelve central en un mundo que busca proveedores confiables y cercanos. Paraguay, con su estabilidad macroeconómica, su energía limpia y su ubicación estratégica, también gana relevancia.

China lo entendió hace años y multiplicó sus inversiones en infraestructura, telecomunicaciones y energía en la región. Estados Unidos reacciona ahora, con una diplomacia más táctica, acuerdos selectivos y una narrativa que mezcla economía, seguridad y valores democráticos.

La guerra de aranceles podría ser solo el principio visible. Incluso hoy —aparentemente en pausa para la mayoría de los países—, sigue operando como un componente táctico dentro de una estrategia más amplia. Lo que está en juego es un rediseño del orden mundial, donde el poder no solo se mide en soldados o armas, sino en flujos comerciales, alimentos, minerales y rutas logísticas. Entender esta lógica es fundamental para que América Latina —y Argentina en particular— tome decisiones desde la estrategia y no desde la subordinación histórica disfrazada de pragmatismo.

Porque si el comercio ahora es más guerra que antes, no alcanza con exportar: hay que construir poder, elegir aliados y definir reglas propias. La neutralidad ya no es una opción cuando los tableros se militarizan. América Latina tiene la oportunidad de dejar de ser zona de disputa y empezar a jugar como zona de decisión. Pero para eso, necesita liderazgo, claridad y visión de futuro.

Para la Argentina se abre un nuevo escenario en el que nuestro objetivo pasa por consolidar las nuevas cadenas productivas que necesita el mundo tecnológico, como el litio, el cobalto y otros minerales críticos; aprovechar al máximo la nueva matriz energética a partir del potencial de Vaca Muerta, y potenciar nuestra capacidad productiva tradicional con mayor valor agregado y el desarrollo de las economías regionales.

En última instancia, lo que está en juego no es solo el lugar que ocupamos en el tablero global, sino la responsabilidad que toda nación tiene en generar las condiciones necesarias para que sus comunidades puedan desplegar su potencial y vivir con la dignidad que se merecen.

🔹 Wokismo:
Corriente sociocultural que promueve una fuerte sensibilidad frente a temas de discriminación, desigualdad, identidad de género, raza y diversidad. Sus críticos la consideran una forma de corrección política extrema o de activismo ideológico que puede limitar el debate.

🔹 Agenda anti-woke:
Conjunto de ideas y posturas que reaccionan contra el wokismo, defendiendo valores tradicionales, libertad de expresión y soberanía cultural. Suele estar asociada a movimientos conservadores que cuestionan el avance del progresismo en la educación, los medios y las políticas públicas.

🔹 Globalismo:
Visión ideológica que promueve un mundo integrado económica, política y culturalmente, donde las decisiones clave trascienden los Estados nacionales. Desde una mirada crítica, se lo acusa de diluir las soberanías nacionales y beneficiar a élites transnacionales en detrimento de las economías y culturas locales.

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